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El Holandés Errante
¿Cuál
es la verdad sobre este misterioso navío que lleva el aborrecido
nombre de Holandés Errante?
Elegimos el testimonio de un simple marinero, reproducido por Jal en su
libro “Escenas de la vida marítima”: “Había
una vez, hace mucho tiempo, un capitán que no creía en santos,
ni en Dios, ni en nadie. Era un holandés de quien sabe dónde,
pero esto no cambia el asunto. Un día partió hacia el sur.
Todo fue bien hasta la altura del Cabo de Buena Esperanza, pero ahí
lo tomó una tempestad ¿De qué clase, pregunta usted?
De las que descuernan a los bueyes, arrancan los árboles y voltean
las casas.”
“El barco estaba en peligro, todo el mundo se lo decía al
capitán. Este se mataba de risa, entonando, el muy sinvergüenza,
canciones diabólicas, como para atraer cien truenos sobre la arboladura.
Fumaba tranquilamente su pipa y bebía cerveza como si hubiera estado
sentado en una taberna de Amberes. Cuanto más le rogaban que recalara,
más se obstinaba en mantener las velas desplegadas. No sólo
se había negado a ponerse a la capa, lo que hacía temblar
a todos, sino que se reía de los mástiles rotos y las velas
reventadas.”
“En definitiva, se burlaba de la tormenta, de la opinión
de los marineros y del llanto de las pasajeras. Intentaron forzarlo a
entrar en una bahía, pero tiró al mar al que lo amenazó
con eso.”
“Entonces se abrió una nube y una gran figura descendió
sobre el castillo de popa. Dijeron que se trataba del Padre Eterno. Todo
el mundo temblaba de miedo, pero el capitán seguía fumando
su pipa. Ni siquiera se sacó el gorro cuando la aparición
le dirigió la palabra.”
“-Capitán –le dijo-, usted es un tozudo.
-Y usted un sinvergüenza –le respondió el capitán-;
déjeme de molestar, yo no le pido nada, váyase rápido
de aquí o le vuelo los sesos.”
“El venerable anciano permaneció en silencio. Entonces el
capitán agarró su pistola y disparó contra el recién
llegado. El tiro, en lugar de herir al hombre de la barba blanca, atravesó
la mano del capitán. Eso le molestó mucho, puede usted creerlo.
Se levantó para dar una trompada al viejo, pero su brazo cayó
paralizado. ¡Oh!, entonces se enojó de veras y comenzó
a insultar como condenado.”
“Entonces la figura le dijo:
-Eres un maldito; el cielo te condenará a navegar eternamente,
sin que puedas jamás hacer escalas forzosas, ni fondear, ni ponerte
al abrigo de tierra. No tendrás cerveza ni tabaco; beberás
hiel en las comidas, sólo comerás hierro al rojo; tu grumete
tendrá cuernos en la frente, hocico de tigre y la piel de una foca.”
“El capitán suspiró, mientras el otro continuaba:
-Estarás eternamente de guardia y no podrás dormir aunque
te caigas de sueño, porque apenas cierres los ojos te clavará
una espada. Y puesto que te gusta atormentar a los marinos, te daremos
el gusto.
El capitán sonrió.
-Porque serás el diablo del mar; correrás sin cesar por
todas partes, jamás tendrás reposo ni buen tiempo; tu brisa
será la tempestad; la sola vista de tu barco, que volará
hasta el fin de los siglos en medio de las tormentas del Océano,
traerá mala suerte a quienes se encuentren con él.”
“-¡Amén, pues! –gritó el capitán
muerto de risa.
-Y cuando el mundo termine, Satanás te dará como retiro
una caldera de condenado.
- Me importa un pito –fue la respuesta del capitán.
El Padre Eterno desapareció y el holandés se encontró
solo a bordo con su grumete, que ya tenía el aspecto que le habían
anunciado.”
“Como la tripulación y los pasajeros habían partido
en la nube con la gran figura, el capitán se puso a insultar como
condenado.
Desde aquel día, el Holandés Errante navega en medio de
fuertes tempestades y su mayor placer es ensañarse con los pobres
marinos. Es él quien les envía temporales imprevistos; el
que arroja los barcos sobre bancos desconocidos, quien les hace seguir
falsas derrotas, haciéndolos naufragar…”
”Hay quienes dicen que el Holandés Errante suele visitar
a los barcos con que se cruza.
Entonces hay un alboroto en el pañol de víveres; todo se
convierte en habichuelas y el vino se pone agrio. A menudo envía
cartas a bordo de los barcos que encuentra y si el capitán las
lee, está perdido. Se vuelve loco en el acto, su barco baila en
el aire y termina por hundirse en medio de un gran cabeceo. Si yo supiera
como está pintado el Holandés se lo diría para que
usted no vaya a desafiarlo, pero nadie lo sabe. El maldito sinvergüenza
se pinta con el color que se le da la gana y lo cambia diez veces por
día para no ser reconocido…A veces tiene el aspecto de un
pesado carguero holandés que apenas si arrastra en el viento su
voluminosa popa; otras veces parece una corbeta que navega como un corsario
liviano. Sé de varios a los que quiso atraer disparando salvas
de auxilio, pero no pudo agarrarlos porque ellos le desconfiaron. Es capaz
de cualquier artimaña y lo mejor que puede hacerse cuando llega
en medio de la tempestad, es evitar el encuentro. Su tripulación
es tan condenada como él: un montón de sinvergüenzas.
Todo lo que pudo reclutarse entre marineros fracasados, pícaros
ahorcados en las vergas por robos, cobardes que se escondieron durante
el combate. El Padre Eterno fue quien lo proveyó de esa escoria,
reclutada entre los que mueren sobre todos los barcos del mundo…”
“Así, para este marinero, el Holandés Errante era
el infierno. “¡Tengan cuidado, muchachos! ¡Porque si
no se portan bien, se jubilarán en el Holandés! Y hay trabajo
a bordo de él, créanmelo. Permanentemente hay que virar
porque es preciso estar en todas partes al mismo tiempo…”
“Ahí, nada de historias; el hambre, la sed, la fatiga, las
enfermedades, no interesan. Para el que no anda derecho, los oficiales
tienen látigos que cortan como navajas y pueden dividir a un hombre
como si fuera un pan de manteca. Claro que no durarán mucho tiempo
en su oficio. Todo el tiempo de la eternidad solamente, es decir veinticinco
millones de millones de años más que los pelos de la barba
de mi abuela…”
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